sábado, 17 de marzo de 2012

Capítulo 5. La paradita de Micaela.

Llegó el día del Carnaval, tan esperado por nuestros amigos. Entre comparsas y bailes, Piruleta y los demás consiguieron pasárselo en grande al igual que otros años.
Al final Teo les dejó algún que otro preciado tesoro que guardaba en aquel arcón tan admirado por los pequeños y vestidos con sus mejores galas consiguieron llamar la atención de los aldeanos. Auque Coco no consiguió meterse en su vestido ideal, encontró uno para ella y por un momento entre risas y cantares consiguió olvidarse de él. 
El Carnaval en la aldea duró siete días de diversión constante. Las calles se disfrazaron y no había ni un sólo habitante que no desarrollara su labor diaria sin un antifaz puesto o una careta y es que en el país de Los Minimundos la unión de sus habitantes es completa y los buenos momentos son disfrutados cada segundo por cada uno de ellos. Cestas llenas de golosinas en cada puerta para que los más pequeños pudieran endulzarse. Guirnaldas de colores unían los balcones y la música no dejaba de sonar hasta que el sol decidía irse al atardecer.
Al final del camino que entraba a la aldea una pequeña silueta se dibujó, le acompañaba  un sonido de cascabeles y una voz dulce que entonaba una canción, era Micaela.
De repente Dulce se vió embriagada por un aroma característico y reconocido. Aspiró profundamente cerrando sus grandes ojos y gritó a sus compañeros. -¡Micaela! ¡ha venido Micaela! -De un sobresalto todos los chicos corrieron apresurados hasta el camino de entrada a la aldea. A lo lejos, apenas a unos treinta metros, una pequeña de ojos negros y vestiduras llenas de flores abrió los brazos de par en par gritando con su fina voz. -¡Un fuerte abrazo chicos! -y sin dudarlo ni un instante corrieron todos a su encuentro abrazando a la pequeña.
Menuda sorpresa se llevaron nuestros amigos. No esperaban la visita de Micaela, al menos ahora.
Cargada con una mochila y un carrito de lo más coqueto lleno de cajones, ese era el equipaje de nuestra pequeña amiga.
A los chicos les encantaban las visitas de Micaela a la aldea. Sin duda alguna nuestra pequeña amiga les contaría alguna que otra curiosidad acerca de las cosas que traía en su equipaje.
En esos pequeños cajones de madera, que formaban aquel pequeño carruaje, guardaba toda clase de piedras, abalorios, colgantes, jabones, pañuelos y un sinfín de curiosidades.
El olor a canela que endulzaba el ambiente provenía de un pequeñito quemador de esencias que llevaba Micaela encima de su carro. Micaela nació en uno de los pequeños poblados que hay detrás de las montañas  
Curiosas, llamado así porque desde que entras no paran de preguntarte ¿dónde vas?¿de dónde vienes? son pero que muy cotillas y curiosas.
Los padres de Micaela eran y son para Teo como sus hermanos. Convivieron siendo jóvenes durante mucho tiempo hasta que Teo decidió vivir en la aldea. Aún y así le dió tiempo a tener entre sus brazos a aquella pequeña aventurera.
De Micaela se podía decir que al igual que sus padres era un espíritu libre, defensora de la naturaleza y protectora de los animales, por eso su gran conexión con Florihontas, la guardiana del país de los Minimundos.
No tenía un lugar fijo donde vivir ya que para ella el mundo era su hogar. Viajaba de aldea en aldea contando cuentos a los más pequeños y montando su pequeño puestecito donde podías encontrar infinidad de curiosidades.
Teo sentía por la pequeña un especial cariño ya que mirándola se veía él de pequeño, tan inquieto y sediento por vivir y aprender.
Una vez llegaron a la plaza de la aldea, Micaela junto a nuestros amigos se pusieron a montar aquel puestecito de maravillas.
En un abrir y cerrar de ojos aquel carrito de madera lleno de cajones se transformó en una paradita llena de color. Con telas en rosa cubrió sus maderas y una pequeña sombrilla de la que colgaban madroños pistacho tapaban el fuerte sol del mediodía. A la derecha inciensos y jabones. En el centro todo tipo de abalorios y broches de distintos materiales y a su derecha muñecas de grandes ojos y llenas de color. Y en aquella sombrilla escrito: "La paradita de Micaela".
Todo, absolutamente todo, lo hacía ella con sus manos y eso era lo que mas le llenaba. De pequeña aprendió el oficio de sus padres que viajaban por todas las aldeas mostrando su artesanía y ella quería vivir lo mismo. De su padre aprendió a hacer collares, pulseras y toda clase de abalorios. De su madre, los jabones, las varillas de incienso y entre las dos, la creación de aquellas muñecas y broches.
Todo lo que hacía Micaela era verdaderamente bonito y cada vez que visitaba la aldea no dudaba en llevar algo nuevo para sus amigos y quien quisiera adquirirlo.
Era muy difícil ir a la plaza sin que aquella paradita llamara la atención. Te invitaba a acercarte y la dulzura y el conocimiento de Micaela hacía que todo el mundo no dudara ni un momento en acercarse a admirar sus creaciones.
Encima de esas telas rosas había algo nuevo, como siempre, eran piedras de colores, de todos los colores y formas.
Soy Micaela

Piruleta fue el primero en preguntar por aquellas piedras de colores diciendo: -¿Son canicas Micaela? -a lo que la pequeña contestó-: No Piruleta, son piedras y tú tienes la tuya. Piruleta sin entender nada cogió una pequeña piedra de aristas redondeadas y color sonrosado y le preguntó a Micaela: -¿Y cuál es la mía Micaela? -y ella le dijo con una pequeña carcajada y tirando de un pequeño mechón rojo que asomaba de su sombrero-: ¡Esa es! ¡Te escogió a ti! (continuará...)



1 comentario:

  1. precioso los cuentos son magicos perdoname no habia visto esto es genial

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